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Los cínicos no sirven para este oficio.

REFLEXIONES SOBRE EL LIBRO DE RYSZAR KAPUSCINSKI.

Es curioso cómo puede un hombre saber tanto sobre el periodismo y estar tan enamorado de él. Ryszard Kapuściński (Polonia, 1932 — Varsovia, 2007) en Los cínicos no sirven para este oficio detalla las numerosas exigencias del buen periodismo y muchos de los problemas que éste manifiesta hoy en día.


Kapuściński define el periodismo como el estudio de la historia en el momento mismo de su desarrollo. La investigación y descripción del mundo contemporáneo. Evidencia que no es tarea sencilla y que requiere una serie de cualidades, siempre que se busque el nivel creativo y no el artesanal, claro está. Refleja dos elementos importantes para la profesión. El primero es el sacrificio de una parte de la propia persona. El periodista convive con su trabajo veinticuatro horas al día, debe estar siempre alerta, “tiene que estar preparado para pagar su osadía con la salud o incluso con la vida […] tiene que vivirlo todo en su propia carne”. “Es una profesión hecha de constante estrés, de nerviosismo, de inseguridad y riesgo, en la que se trabaja día y noche”, “en la que se envejece pronto y pronto se sale de escena”. Así pues nos plantea que hay que amar de verdad al oficio, o se da todo, se pone alma, dedicación y tiempo, o se fracasa. El segundo elemento que destaca es el estudio, la actualización constante de nuestros conocimientos. Considera que debemos, como periodistas, estar día tras día pendientes de todo lo que nos rodea y estar en condiciones de prever el fututo, anticiparnos a los hechos. “Creían mucho en sus dotes naturales, pero esas capacidades se agotan en poco tiempo”.


Kapuściński habla sobre una evolución, un cambio en el trato de la información. Explica que a principios del siglo XX ésta tenía dos caras: la verdad como cualidad principal y el ejercer como instrumento de lucha política. En el segundo caso, la información para la prensa no consistía en transmitir la verdad, sino en ganar espacio y vencer al enemigo particular. A partir de la segunda mitad de siglo XX estas dos caras evolucionan a una única: lo exclusivamente importante es vender, y en consecuencia la información pasa a ser espectáculo. Se deja de lado la verdad e incluso la lucha política pasa a ser irrelevante. Así entramos en una situación que conlleva dos grandes problemas. En primer lugar, el mundo de los negocios, la ambición de vender y el sensacionalismo apartan a la información de la cultura. Esto supone un cambio en la estructura jerárquica de las redacciones que desemboca en el segundo obstáculo: los jefes pasan a ser puras máquinas de hacer dinero, grandes ejecutivos completamente ajenos al periodismo, provocando que el joven periodista no pueda ser aconsejado por sus superiores, por ejemplo.


Siguiendo con los problemas que nos encontramos en esta profesión, el autor resalta uno relacionado con las fuentes que personalmente me parece muy interesante. Para Kapuściński la fuente informativa más básica y primitiva es también la fundamental: los otros. Las personas por su experiencia, condición de testigo, conocimiento, etc. pueden aportarnos una cantidad de datos que nos ayudarán a ser mejores periodistas. Aparece el inconveniente de que en la mayoría de los casos a esos otros los conoceremos “durante un periodo brevísimo de su vida y de la nuestra”. En pocos instantes debemos exprimir al máximo a la persona con la que estemos tratando, pero en un primer contacto no siempre es posible. La única forma de combatir este gran impedimento con el que nos encontramos es a través de la empatía, una cualidad que Kapuściński considera imprescindible para este oficio.


Si hay algo que queda claro después de leer el texto es que Kapuściński es un periodista dedicado a los demás. Apoya una actividad periodística con un componente ético muy fuerte basado siempre en el contacto directo. “Es erróneo escribir sobre alguien con quien no se ha compartido al menos un poco de su vida”, señala, y si hay persona que pueda decirlo es él, que durante más de cuarenta años viajó a países del Tercer Mundo y vivió permanentemente en ellos más de veinte. Dedicó casi toda su vida profesional a África, Asia y América Latina. Argumenta en su texto su decisión, su especialización en este ámbito, con las siguientes declaraciones: “Los pobres suelen ser silenciosos. La pobreza no llora, la pobreza no tiene voz”, “Necesita que alguien hable por ellos. Ésta es una de las obligaciones morales que tenemos cuando escribimos sobre esta parte infeliz de la familia humana”. Además Kapuściński no se limita solamente a escribir sobre ellos, a darles voz, sino que lo hace desde el sentimiento, se pone realmente en su lugar. Decidir pasarte media vida en países pobres para enseñar al mundo lo que están pasando, demuestra el amor incondicional hacia la profesión, la dedicación absoluta, el desaparecer de escena para existir solamente para los demás. Este no es el buen periodismo, desde mi punto de vista, es el mejor periodismo posible. ¿Puede caber alguna duda de que los cínicos no sirven para este oficio? No lo creo, pero en todo caso, que un cínico intente seguir los pasos de Kapuściński… si lo consigue, dejará de serlo.



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