Dejamos el puerto de Sydney atrás. Un viento salado me pegaba en la cara. El barco iba de lado a lado pero yo me hará propuesto fiarme de todo para no tener miedo a nada. Un capitán viejo al más estilo Ahab de Moby Dick nos contaba historias de ballenas mientras yo no quitaba la vista del mar ajetreado. El corazón me latía rápido, tenía ganas de gritar. Podía aparecer en cualquier momento. Me temblaban las manos. Tras una media hora oí desde proa:
- ¡Ballena a la vista!
Corrí torpemente, fijé la vista en la inmensidad y ahí estaba: la gran explosión de agua y luego la bestia. Conecté con la niña inocente de 10 años que un día decidió que su sueño era ver una ballena. Y pensé en cómo todo había ido encajando contra todo pronóstico, para que 10 años después, se hiciera realidad. Tenía la cámara preparada, pero se me olvidó por completo.
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