RELATO.
Por fin encontré un estudio medio decente, olía un poco a viejo y estaba anticuado. Pero era ahora mi piso, y lo empezaba a convertir en mi hogar. Ordenando aparecieron un montón de cosas, la inquilina anterior sufrió un accidente y nadie había recogido el piso a conciencia. Rebuscando me topé con una cinta de video. Me dije que no la vería, que era entrometerme en la intimidad de una muerta, y eso no estaba bien. Pero la prohibición que me autoimpuse me fue llamando cada vez más. Hasta que no me contuve y la vi. Era una filmación casera. Empecé a reconocer lo que veía: la calle de enfrente, de noche, grabada desde la ventana. Apareció un camión que paró delante de la frutería, se bajó un hombre y le mostró el reparto: cajas de naranjas. Tras un intercambio de palabras que no alcancé a oír, el camionero rajó una de las naranjas y le mostró al frutero un polvo blanco en su interior. El frutero asintió y recogió todas las cajas. Estaba bloqueado. Me acerqué a la ventana y sin quererlo me quedé observando horas y horas. Hasta que lo vi con mis propios ojos. Entendí qué fue lo que le pasó a la inquilina y que yo no volvería a estar a salvo tras conocer la historia de aquellas naranjas.
Nota: Esta historia es una adaptación de un relato que un día me contó mi amiga Paula Soler.
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